saqué la foto

Aparte de una jeringa contaminada, lo peor que te puede pasar es que las amigas de tu novia estén mucho más fuerte que tu novia.
Ves a las amigas y crees en la suerte. En la mala suerte. Por qué tan afortunado en ciertas cosas.
Pensás en los novios de las amigas de tu novia y te sentís un poco mejor.
Deben pensar lo mismo que yo: qué fuerte está la amiga de mi novia, que seguro no es tu novia sino otra amiga, amiga de tu novia también.

Acabás de pelearte con tu novia. Un amigo tuyo tiene novia. Esa novia tiene una amiga que se parte y está sola.
Lo mejor que puede pasarte es ennoviarte con la amiga de la novia de tu amigo, y a la semana decirle a tu amigo para meter un Cambio Zito, el cambio más confiable con los guardias de seguridad menos confiables.

Ahí se abre el gran debate.

¿Qué es el destino? ¿Cuánto cuesta lo gratuito? ¿Mientras tanto tendría que ir dentro de los signos de interrogación si quiero preguntar mientras tanto qué hago? ¿Sin coma?
Nada tiene que ver esto con el gran debate. Estas preguntas son sólo lo sonso.

Aparte a su novia de su mejor amiga si quiere evitar el sufrimiento.
Es probable que esa mejor amiga sea una criatura macabra, petisa como una mesa ratona, de ojos saltones, patizamba, típica del oriente del río Uruguay.
También, se presume que esa especie de gnomo peludo hable pestes de su mejor amiga (su novia) por estar, también se avizora, fuerte como tijeretazo de frenillo.
Fuerte como tijeretazo de frenillo comparándola con esa figura siniestra.

Seguro, su novia no es otra que una flaca sin gracia, sin cachas, sin pómulos prominentes, de la que uno no puede asirse ni del pelo porque debido a su espíritu marimacho lo usa bien corto.
Al lado de ella, la mejor amiga debe estar fuerte como parir quintillizos.

un domingo cualquiera

8 y 38 se prendió la televisión, mi despertador. 8 y 38 escuché voces provenientes del aparato. Pensé quedarme un rato más (anoche me costó conciliar el sueño a pesar de las fritangas, lo logré profundo de madrugada). Deseché ese pensamiento.
Me levanté. Llevaba las medias de fútbol puestas por si llegaba a quedarme un rato más en la cama. Así absorbería el tiempo perdido.
Preparé el bolso, me vestí y bajé –tres pasos cronológicos–.
Partido complicado el que se venía. Puntero contra cuarto. En la primera ronda se había armado lío porque un hincha de ellos invadió la cancha para agredir a uno de los nuestros. A un hincha nuestro que había invadido la cancha para atender al nueve de ellos, que cuando se pusieron 2-0 empezó a pizarrear.
Finalmente no pasó a mayores. Se armó tremenda generala pero los mayores no participaron. Miraban panchos las patadas voladoras, las patadas en el piso, los tres contra uno, los cabezazos contra el palo.
El juez anotaba todo. Nos comimos 10 UR de multa, pero nadie marchó preso. En el presupuesto de la Liga Universitaria no existe el rubro guardis policial.
Puse agua para el mate y arranqué para el baño. Me senté y esperé. Nada. Hice fuerza. Nada.
Siempre cago antes de ir a jugar al fútbol. Si no lo hago, después me vienen ganas en pleno calentamiento. El mate es delicioso, junta amigos, pero también es inoportuno. La última vez que me pasó esto, el técnico decidió quitarme del once titular. Empezaba el partido y yo no volvía del baño. Puso a otro en mi lugar.
Hice más fuerza. Nada. Hirvió el agua. Corté un poco de papel higiénico para llevar, preparé el mate.
La mayoría de los gurises se juntan cerca de facultad. Un par de autos es suficiente para llevar a todos hasta la cancha. Yo vivo lejos de la facultad. Cuando somos locatarios, combino con un veterano que me levanta a unas diez cuadras de casa. El viejo es bien, pero sus cuentos no. A veces me gustaría vivir cerca de facultad.
8 y 57 arranqué hacia Avenida y Bulevar, donde me levanta Hernando. La mañana era agradable, sin viento molesto ni vaho irritante. No precisé abrigo para el viaje.
En el camino me crucé viejos de todos colores: viejos con bastón, viejos corriendo, con el diario bajo el brazo, parejas de viejos con mate y bizcochos, viejos sentados con la vista perdida, viejos verdes, viejos amarillos.
Me cebaba un mate, levantaba la cabeza y veía un viejo. Tomé doce mates; los conté. Seguro, fueron menos que los viejos que vi. También vi un adolescente caminando. Se le notaba el alma de viejo a metros.
Llegamos a la cancha. No pasó nada interesante durante el viaje. Yo no hablo mucho, ni cuando voy a jugar al fútbol ni cuando estoy en el cine. Ni bien subo al auto de Hernando, lo saludo y trato de concentrarme en el partido. Imagino jugadas, pienso quién irá, quién no, si habrá bidón.
Bajé del auto. Deseé que el golero de ellos no fuese.
El técnico dio los once. Jugaba. Lo primero que hice fue ir a cagar, o intentarlo al menos. El mate y los nervios fueron efectivos, otra vez. Las cinco empanadas fritas que cené anoche fueron cayendo lentamente, una por cada maraño.
Dudé si la de carne se había desplomado en el segundo o quinto sorete; estuve seguro de que la de choclo se materializó en el primero. Usé todo el papel, refresqué mi cara y volví, más liviano, pronto para empezar con los ejercicios precompetitivos.
Carecemos de preparador físico. Cada uno hace lo que le parece, en el orden que quiere, y elonga los músculos que cree conveniente. Una vez cada mucho, algún referente del cuadro o hasta algún joven atrevido simula interesarse por el calentamiento y dispone dos filas ordenadas y marca los ejercicios que debemos hacer desde el primer lugar de alguna de las dos filas.
Esto, generalmente pasa cuando el director técnico llega tarde, cuando existe incertidumbre sobre titulares y los que no.
Estos perspicaces creen que de esa forma pueden hacer que el técnico cambie de opinión si no los tenía en el once inicial. A veces lo logran.
Mientras llevaba rodillas al pecho, relojeaba para enfrente en busca del golero rival. Ojalá ataje otro, pensé. No deseaba su ausencia porque fuese un fuera de serie. Por cierto, es bastante mediocre. Pero es excelente escrachando cabezas como la mía contra el palo.
Que esté suspendido; que haya expirado su ficha médica; que se haya mamado anoche; que esté muerto imploré, ya haciendo galopas.
Nuestra hinchada es una de las más numerosas de la divisional. A este partido en particular, no se hizo presente en masa. Lo hace, cuando se trata de una instancia definitoria. Ésta, por más que tuviese el atractivo de ser contra el puntero o simplemente por el antecedente, no definía nada. Para mí, todos los partidos son atractivos.
Novias, padres, ex técnicos, suplentes perpetuos, curiosos, abuelos, cazatalentos, amigos, el canchero, jugadores que dejaron de estudiar, perros son parte de nuestra hinchada. Ellos hinchan por nosotros; les importa un carajo el cuadro como tal. Van a vernos a nosotros, a cada uno por separado. Sufren por el singular.
Le da lo mismo a mi novia si nos echaron al cinco o nos comimos tres. Si yo hice un gol ella va a estar chocha. Mi semana no será pletórica si perdimos 3-1, aunque yo haya hecho el gol.
Esto es difícil de entender para las novias. Los perros no tienen este problema.
El partido se retrasó quince minutos porque el juez pinchó, nos contó en el entretiempo. Aproveché su demora para volver al baño y afeitar completamente mi barba de tres meses. Me recogí el pelo con una colita violeta y me coloqué una bincha para que sostenga los mechones que caían sobre mi frente. De paso, me puse una caravana que tapé con un esparadrapo y me hice un piercing en la nariz. Me cayeron lágrimas de dolor, pero no me importó. Evitaría uno peor.
Mis compañeros no notaron los cambios.
El golero de ellos jamás me reconoció. Ni cuando me estampó la cara contra el pasto en medio de la trifulca que se armó a los 30 del segundo tiempo por una provocación infantil de uno de los veteranos, que encima estaba afuera.
Me eligió al azar el golero. Una se llevó.