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el sabor que deja el comentario, parte (a quién le importa qué parte)

En algún momento, este blog contó con la franquicia de un post recurrente a intervalos arbitrarios llamado el sabor que deja el comentario. Mis asiduos y más conspicuos lectores habrían notado que esta saga, de un momento para otro, desapareció, o, haciendo referencia al nombre que adoptaron sus entregas, dejó de parir partes.



Recordemos la (razón + consecuencia) fundacional de este corpus crítico: motivación por responder a un comentario + posterior concreción (no escribo sobre mí; mis comentarios no son pasibles de ser comentados por mí). De allí en más, todas y sólo todas las partes de la saga siguieron la misma línea.

El desasosiego y la culpa habrían invadido a aquellos lectores una vez que hubiesen verificado que sus comentarios por pobres, anacrónicos u obsecuentes, no merecían mi atención. También habría sido cierto que la invasión de aquellos sentimientos en las mentes más lúcidas fue rápidamente desalojada por el convencimiento de que mi narrativa era incapaz de crearles algún tipo de inquietud, o una simple molestia que al menos les despertase el deseo de comentarme, y que nada tenían que ver ellos con el parate del parto. Qué decir de cuando descubrieron que ya no sólo era incapaz sino que definitivamente no era.



Luego de que me inicié en la apertura de mis pensamientos a quien estuviera dispuesto a leerlos -esto es, escribir-, experimenté una primera etapa de prolífera producción. Pero el entusiasmo fue menguando inexorablemente y junto a él las ideas sobre las cuales narrar. Esto no me preocupaba demasiado; me consideraba un simple aficionado.

Fue por eso días que comencé a pensar si alguna vez podría dejar de serlo, si ser definitivamente un escritor era una opción viable para mi devenir. Estaba a gusto con mi incipiente producción y más allá de que mis lectores congeniaban en resultados dispares, mi objetivo de no serles indiferente quedaba saldado.

Pero dejé de escribir. Seguro fue algún día.



El rol de estudiante, de trabajador, de novio, de pseudo deportista, sumado a mi inconstancia y cierta abulia conspiraban contra la faceta letrada que al fin había dado con. Porque como cualquier otro trabajo, si uno quiere dedicarse realmente tiene que hacer sacrificios y por lo tanto debe sufrir.

Decidí ser un aficionado perpetuo; escribiría cuando se me antojase, sin presiones, sin sufrimiento, con mucho sacrificio. Pero me di cuenta de que no era mi voluntad la que abdicaba al sentir muy latente e inequívoca la necesidad de escribir; no era otra que la carencia circunstancial y cuando no absoluta de ideas lo que realmente no me lo permitía. Yo quería escribir, pero no sabía qué, ni de qué ni sobre qué.



Este blog tuvo la suerte (o el mérito) de lograr que ciertos comentaristas tomaran con responsabilidad y seriedad mi petición aquella de los comienzos, y me conmovieran de tal forma que hasta cierta admiración llegué a sentir por ellos.

Sólo uno supo o pudo desvelarme, mantenerme inquieto e impaciente, hacer que optara por pensar como cirujano en la respuesta que le iba a entregar a él y a todos los lectores en desmedro de las clases de facultad. Su prosa a veces resultaba entreverada, pero era visceral y revelante. Esto no me provocaba más que adoración, a él, a su forma de distribuir las palabras, a la escritura en sí y a lo que yo escribía.



Este ser, que dejaba que nos enterásemos del apellido de su madre –su nombre era masculino mitad hispánico mitad sajón, pero me es imposible afirmar que fuese un hombre-, una vez escribió sobre mí: “el hombre no logra transcribir las perturbadoras imágenes que acosan su mente. No logra resquebrajar la fría piedra que cubre el túmulo que es su corazón”.

¡Quién sabrá por qué, de buenas a primera, este espíritu no dejó un solo comentario más! Tengo la firme sospecha de que decidió aprovechar el tiempo y hacer de él algo productivo. No tenía razón este señor (se hacía llamar Sr.), pero casi.



Un rubio poder que no sólo es un tegobi hoy cree que está faltando algo que alguna vez, en otro tiempo, hubo; que eso se agotó, y que porque está convencido de que pese a lo anterior algo se viene, saboreando un ponche a base de licuado de limado de banana bajo el techo de una hamaca se sentará a esperarlo.

Quizás jamás hubo algo de eso, porque quizás la inspiración no existe. En ese caso, el Sr. Garciandreid Phil & Bert habría tenido más que casi.

de los creadores de "Zu Duleche", "Más vale dame más que cien volando" y su precuela, "Más Vale (dame más)"

, llega esta nueva realización, donde todo lo serio podrá tomarse como choto que tendrá el mismo efecto. Incluso esta frase, que es seria.
Vuelven los hermanos malditos de Prado, Massachussets, con las mismas historias que nunca habían contado. No son los hermanos Coen, ni los Marx, ni los van der Kerkoff, mucho menos los Farrelly o los Wright o los Grimberg, ni qué hablar de los hermanos Warner, Mario o Baldwin.
Pero no crean que son los hermanos Maricarmen Cuchi Seelva Cuchi K-lvie y Nicalvilás Higeene Selva. Simplemente, los creadores de Zu Duleche, Más vale dame más que cien volando y su precuela, Más Vale (dame más).



El arranque no fue auspicioso. Si esto quisiera editarse algún día, el arranque no fue auspicioso me parece una buena oración para el empiece, una forma auspiciosa. En cambio, sería excelente que cerrase la obra.
Si esto quisiera editarse algún día, sería un equívoco que la tercera oración comience con en cambio, y que próximo a eso no esté escrito algo exactamente distinto, que justifique ese en cambio. ¿Por qué sería una mala opción?
Hacerse preguntas y respondérselas es técnica del robo, es escribir como se habla y nunca, jamás nunca debe escribirse como hablarse. Me parece un camino erróneo que mermaría el auspicio del comienzo. Esa es la respuesta.
Indicar cuál es la respuesta de cada pregunta que me (nos) haga, va a ser la tónica de mi vida, y especialmente de mi prosa. Es que soy una persona frágil y vanidosa. De hecho, quedo echo pedazos si el que me lee no entiende lo que lee, por eso explico todo. Me encanta darle todo bien digeridito a mi público. Los considero bastante menos que yo, a todos, pero especialmente a mi público. Yo no me debo a él. Yo me debo a mi púbico.
Nada de ambigüedades al principio lady, supongo es un axioma del buen manual del escritor, o del manual del buen escritor, o del escritor manualmente bueno.
María Norma, el humor, Cortázar, fútbol, José Pepe, el hombre que sufre por una cagadita que se mandó cuando guacho pero un grano de arena y una roca en el agua se hunden igual, todo entreverado, incoherente, incoherente en una primerísima vichada. ¿Dialogar con Cortázar?: siempre supe que sos bastante trastornadita. La verdad, no había entendido mucho.


El vómito de citas y alegorías y confesiones y cursivaycomillas y descripción y revulsión me había dejado embarullado, confuso y trastornado y caliente y desilusionado y sin saber qué responder, porque claro, hay que responder. Debía hacerlo.
Pero para responder como es debido tenía primero que entender lo que había leído. Así que leí de vuelta.
Y esta vez fue distinto. La cosa había cambiado. Entonces sí, ni bien terminé, me puse a leerlo otra vez. Más tranquilo. Seguro de mí, porque sabía que la cosa había cambiado. Fui viendo, yendo a veces para atrás, releyendo. Me llevó el doble de tiempo que la primera vez, pero sirvió. Al fin me quedó.
Una duda inmensa, así que lo leí otra vez. Y otra. Y otras dos. Cuando terminé la última, me distendí y sonreí. Qué hija de puta. Para reconocer la brillantez y disfrutar, nuevamente lo leí, por antepenúltima vez.
Terminé cansado. Era tarde, fui a dormirme. Al otro día lo leí dos veces. Y entonces me quedó clarísimo. Debía leerlo una vez más para sacarme las dudas. Lo hice.
Cuando al fin terminé, mis pensamientos se despejaron y escaparon como por una claraboya abierta. Tu obra es sin igual y sinigual.


No hay párrafo susceptible de tirarse a la letrina. Es desagradablemente redundante ver entrecomillados de palabras en K (cursiva) (ka) (cursiva). Mija, o es cursiva o es comillas.
No hay párrafo que no diga nada. Hasta el más clisero y último logra su efecto. Esto, si el lector es capaz de abstraerse de la grasa y primitivismo de esas palabras y a la vez ensoga ese párrafo con por ejemplo, el párrafo inmediato anterior escrito con la misma tipografía. Si lo logra, podrá identficar links excelsos, finas sutilezas, delicias de balanza como el ejemplo de poner de un lado un caño autopase al borde del área que te deje de cara al arco, ponerse nervioso luego y picarla, que pegue en el travesaño y se vaya; y del otro lado, un gol en la hora con la nuca. Como exigiste, yo incliné la balanza. No hace falta decir para dónde.


La acumulación de signos de exclamación es más asqueante que la suma cursiva-comillas, pero mucho menos que (risas). El título es un homenaje al no.

el tiempo muerto

Tose. Con ímpetu tose. Por contento y preocupado se siente contrariado. Nada bien le haría esa muchedumbre de humo a su ganglio inflamado. Cuando se preocupa no es feliz. Cuando es feliz está contento.
Mira de lleno un fuego que le quema los iris. La embriaguez y el sentido de la responsabilidad lo invaden a la vez. Nada bien le haría ese solazo a su condición de fotosensible.
La ocasión lo cautiva por reveladora. El tiempo que consume, nimio, no es congruente con el resultado que brinda.
La rutina que le tocó interpretar, esas tareas bien importantes que debe cumplir, asociadas a un comportamiento que no debe distorsionar nunca esquiva el pensamiento preestablecido, consuetudinario, afín.
Escudriña. Se inmiscuye en sí mismo. Como un cirujano pone atención en cuestiones exactas y como un buen cirujano no va a errarle.
Lo que los que lo conocen desconocen de él llega, lento. Se sorprende, le gusta. Y maldice. En un rato no lo recordará. Piensa en anotarlo. Ya lo olvidó.
¿Enriquecerá su vocabulario hasta el último de sus días? ¿Ladeará de una vez la reflexión llana, somera? ¿Podrá reflexionar nuevamente? Sus inquietudes no se emparientan con las de sus amigos. Ni tangentes son.
Tose. Con desgano, ya. No le importa que el ganglio deviniera en tumor y no repara en el punzante dolor cada vez que pestañea. Nada lo preocupa. Mucho le preocupa.
Ríe. No lo hace solo aunque esté solo. Se desdobla en la complicidad, reconoce su incompatibilidad y se ríen, él con él.
Quisiera transmitir todo esto, pero sospecha de un intercambio desparejo. El lugar común estigmatiza de manera cobarde, coarta cualquier pensamiento ambicioso. Una vez incorporado, la balanza del intercambio jamás podrá estar equilibrada.
Escupe. Siempre gargajos fornidos. Es el equipaje del que debe desprenderse para lograr un buen aterrizaje, para quedar como nuevo. Coloca cada cosa en su lugar, ordena el desorden y compara los tiempos. No entiende.
No entender le fascina. A veces, un tiempito, un cortito, puede albergar contenido contenido. Usa el tiempo muerto. Es eso. Sonríe.
Y comprende sí.

(entre camillas)

Mi peor momento fue aquel cuando me drogaba y pasaba solo, cuando me era imposible discernir entre realidad y lo que no, cuando era incapaz de escribir dos oraciones consecutivas y coherentes.
Mi mejor momento como artista fue aquel cuando me drogaba con todo lo que hubiese y pasaba solo, cuando me encontraba tan bien que sabía perfectamente que vivía en el alucine y que mi peor momento lo había pasado cuando me drogaba frente al espejo.
El hombre más rápido del mundo se llama Usain Bolt. Su marca es 9,69 en 100m. Es jamaiquino.
¿Jamaiquino?

lapicera negra

El día estaba hermoso. La noche ya había caído. La noche estaba hermosa está mejor. El día propiamente dicho había sido hermoso también, pero la noche lo era más.

Que sea de noche hacía la vida hermosa. Igual a como lo hace ahora, aunque ahora no es de noche.
La noche es más hermoso que el día. Aunque la tarde no se queda atrás. Es hermosa, pero menos que el día y mucho menos que la noche.

Por la hermosura que se venía dando, sentados en uno de los sillones que tenemos en casa consideramos mi novia y yo oportuno aprovechar la noche que caería para salir a discutir afuera. Ninguno dudó. Es que se venía una noche hermosa.

Nora eligió el lugar.
Su acceso es restringido. No está permitido el ingreso de relojes, celulares, campanas, cámaras de video, así como tampoco el de cámaras de fotos, teléfonos públicos ni cualquier otro disfraz que no sea un disfraz de cédula, cuchillo, mitocondria o lobo feroz.
No es excluyente estar disfrazado para entrar.

Salimos y una luna gigante nos tapó de oscuridad. Las lunas nuevas son hermosas. Odio la luna gigante, que estropea la noche con su luz infidente. Como cuando parece que no hay no hay.

La pizzería que Nora eligió abre sólo en noches hermosas.
Al dueño le fascina cuando la luna está gigante, y se ve. Pero más disfruta viendo gente disfrazada de cédula, de cuchillo, de mitocondria o de lobo feroz.
Los mozos no trabajan disfrazados. Llevan un hermoso uniforme.

Yo elegí la persona que nos atendería. Nora me hizo ver que no necesariamente debía ser una moza. Había cinco. Dos mozas y tres mozos. ¡Qué uniformes!

La moza que elegí era hermosa. No podía desentonar con la noche que nos firmamenteaba, oscura, hermosa.

Lo discutimos y Nora estuvo totalmente de acuerdo con mi elección.

gosta

Hasta que te conocí no te conocía. Y a pesar que te conocí, siento que no te conocí. Mis ojos no conocen, ven.
Llegaste y claro, no sabía quién eras. Me estiraste la mano. Yo la mejilla.
A veces pasa que soy más besuquero que otros hombres.

Cuando te fuiste seguí sin saber quién eras, aunque ya te había conocido.
Sabía tu nombre, supe allí tu apellido. Ni así te supe.

Escuché tus palabras, escuché con atención cada vez que interveniste.
Recién ahí te conocí.

Sos la persona más repugnante que jamás conocí. Lo supe ni bien terminaste de intervenir por última vez.
Luego rememoré y lo confirmé: entraste caminando, recién bañado y saludaste a todos, uno por uno con un besito a cada uno. Menos a mí.
Todo concordaba. Nunca había visto la asquerosidad que vi en tu actuar.

Agasajaste a la madre del cumpleañero.
Le diste un regalo a la abuela y le revolviste el pelo, como si fuese una pendeja de trece, como si el cumpleaños fuese de ella y como si la vieja tuviese cabello alguno. Lo tenía.
Desplegaste el regalo de nuestro amigo en la cama grande.

Si me vuelve a pasar algo tan espantoso como vos me pasaste por delante, juro que voy a poner algo en juego. Puede que sea la estatuilla de Jesús que gané como revelación actoral a mis primeros 29 añitos, por interpretar a Jesucristo.
Tres kilates cada muñeca; cinco cada ojo.
Apostaré que si algo tan siniestro como lo que viví cuando te conocí vuelve a entrometerse en mi destino, me fundo.

Vi cuando me miraste, las tres veces. Vos querías conocerme antes de conocerme. Deseabas que alguien delatara cómo se conforma mi familia, especialmente si tengo abuela y madre. Querías que te invitase a mi cumple.

El cumple venía aburridísimo. Llegaste vos, dejaste tres cosas sobre la mesa, y a partir de ahí lo disfruté como nunca. Mis ojos no conocen. Mis oídos sí.

Toda esa inmundicia caminando, hablando, estando. Gosta.

el hombrecito que cuando reía se le veía la lengua

Jamás me enojo por causas injustas. Cuando me enojo, el excesivo volumen del mismo lo hace injusto.

saqué la foto

Aparte de una jeringa contaminada, lo peor que te puede pasar es que las amigas de tu novia estén mucho más fuerte que tu novia.
Ves a las amigas y crees en la suerte. En la mala suerte. Por qué tan afortunado en ciertas cosas.
Pensás en los novios de las amigas de tu novia y te sentís un poco mejor.
Deben pensar lo mismo que yo: qué fuerte está la amiga de mi novia, que seguro no es tu novia sino otra amiga, amiga de tu novia también.

Acabás de pelearte con tu novia. Un amigo tuyo tiene novia. Esa novia tiene una amiga que se parte y está sola.
Lo mejor que puede pasarte es ennoviarte con la amiga de la novia de tu amigo, y a la semana decirle a tu amigo para meter un Cambio Zito, el cambio más confiable con los guardias de seguridad menos confiables.

Ahí se abre el gran debate.

¿Qué es el destino? ¿Cuánto cuesta lo gratuito? ¿Mientras tanto tendría que ir dentro de los signos de interrogación si quiero preguntar mientras tanto qué hago? ¿Sin coma?
Nada tiene que ver esto con el gran debate. Estas preguntas son sólo lo sonso.

Aparte a su novia de su mejor amiga si quiere evitar el sufrimiento.
Es probable que esa mejor amiga sea una criatura macabra, petisa como una mesa ratona, de ojos saltones, patizamba, típica del oriente del río Uruguay.
También, se presume que esa especie de gnomo peludo hable pestes de su mejor amiga (su novia) por estar, también se avizora, fuerte como tijeretazo de frenillo.
Fuerte como tijeretazo de frenillo comparándola con esa figura siniestra.

Seguro, su novia no es otra que una flaca sin gracia, sin cachas, sin pómulos prominentes, de la que uno no puede asirse ni del pelo porque debido a su espíritu marimacho lo usa bien corto.
Al lado de ella, la mejor amiga debe estar fuerte como parir quintillizos.

un domingo cualquiera

8 y 38 se prendió la televisión, mi despertador. 8 y 38 escuché voces provenientes del aparato. Pensé quedarme un rato más (anoche me costó conciliar el sueño a pesar de las fritangas, lo logré profundo de madrugada). Deseché ese pensamiento.
Me levanté. Llevaba las medias de fútbol puestas por si llegaba a quedarme un rato más en la cama. Así absorbería el tiempo perdido.
Preparé el bolso, me vestí y bajé –tres pasos cronológicos–.
Partido complicado el que se venía. Puntero contra cuarto. En la primera ronda se había armado lío porque un hincha de ellos invadió la cancha para agredir a uno de los nuestros. A un hincha nuestro que había invadido la cancha para atender al nueve de ellos, que cuando se pusieron 2-0 empezó a pizarrear.
Finalmente no pasó a mayores. Se armó tremenda generala pero los mayores no participaron. Miraban panchos las patadas voladoras, las patadas en el piso, los tres contra uno, los cabezazos contra el palo.
El juez anotaba todo. Nos comimos 10 UR de multa, pero nadie marchó preso. En el presupuesto de la Liga Universitaria no existe el rubro guardis policial.
Puse agua para el mate y arranqué para el baño. Me senté y esperé. Nada. Hice fuerza. Nada.
Siempre cago antes de ir a jugar al fútbol. Si no lo hago, después me vienen ganas en pleno calentamiento. El mate es delicioso, junta amigos, pero también es inoportuno. La última vez que me pasó esto, el técnico decidió quitarme del once titular. Empezaba el partido y yo no volvía del baño. Puso a otro en mi lugar.
Hice más fuerza. Nada. Hirvió el agua. Corté un poco de papel higiénico para llevar, preparé el mate.
La mayoría de los gurises se juntan cerca de facultad. Un par de autos es suficiente para llevar a todos hasta la cancha. Yo vivo lejos de la facultad. Cuando somos locatarios, combino con un veterano que me levanta a unas diez cuadras de casa. El viejo es bien, pero sus cuentos no. A veces me gustaría vivir cerca de facultad.
8 y 57 arranqué hacia Avenida y Bulevar, donde me levanta Hernando. La mañana era agradable, sin viento molesto ni vaho irritante. No precisé abrigo para el viaje.
En el camino me crucé viejos de todos colores: viejos con bastón, viejos corriendo, con el diario bajo el brazo, parejas de viejos con mate y bizcochos, viejos sentados con la vista perdida, viejos verdes, viejos amarillos.
Me cebaba un mate, levantaba la cabeza y veía un viejo. Tomé doce mates; los conté. Seguro, fueron menos que los viejos que vi. También vi un adolescente caminando. Se le notaba el alma de viejo a metros.
Llegamos a la cancha. No pasó nada interesante durante el viaje. Yo no hablo mucho, ni cuando voy a jugar al fútbol ni cuando estoy en el cine. Ni bien subo al auto de Hernando, lo saludo y trato de concentrarme en el partido. Imagino jugadas, pienso quién irá, quién no, si habrá bidón.
Bajé del auto. Deseé que el golero de ellos no fuese.
El técnico dio los once. Jugaba. Lo primero que hice fue ir a cagar, o intentarlo al menos. El mate y los nervios fueron efectivos, otra vez. Las cinco empanadas fritas que cené anoche fueron cayendo lentamente, una por cada maraño.
Dudé si la de carne se había desplomado en el segundo o quinto sorete; estuve seguro de que la de choclo se materializó en el primero. Usé todo el papel, refresqué mi cara y volví, más liviano, pronto para empezar con los ejercicios precompetitivos.
Carecemos de preparador físico. Cada uno hace lo que le parece, en el orden que quiere, y elonga los músculos que cree conveniente. Una vez cada mucho, algún referente del cuadro o hasta algún joven atrevido simula interesarse por el calentamiento y dispone dos filas ordenadas y marca los ejercicios que debemos hacer desde el primer lugar de alguna de las dos filas.
Esto, generalmente pasa cuando el director técnico llega tarde, cuando existe incertidumbre sobre titulares y los que no.
Estos perspicaces creen que de esa forma pueden hacer que el técnico cambie de opinión si no los tenía en el once inicial. A veces lo logran.
Mientras llevaba rodillas al pecho, relojeaba para enfrente en busca del golero rival. Ojalá ataje otro, pensé. No deseaba su ausencia porque fuese un fuera de serie. Por cierto, es bastante mediocre. Pero es excelente escrachando cabezas como la mía contra el palo.
Que esté suspendido; que haya expirado su ficha médica; que se haya mamado anoche; que esté muerto imploré, ya haciendo galopas.
Nuestra hinchada es una de las más numerosas de la divisional. A este partido en particular, no se hizo presente en masa. Lo hace, cuando se trata de una instancia definitoria. Ésta, por más que tuviese el atractivo de ser contra el puntero o simplemente por el antecedente, no definía nada. Para mí, todos los partidos son atractivos.
Novias, padres, ex técnicos, suplentes perpetuos, curiosos, abuelos, cazatalentos, amigos, el canchero, jugadores que dejaron de estudiar, perros son parte de nuestra hinchada. Ellos hinchan por nosotros; les importa un carajo el cuadro como tal. Van a vernos a nosotros, a cada uno por separado. Sufren por el singular.
Le da lo mismo a mi novia si nos echaron al cinco o nos comimos tres. Si yo hice un gol ella va a estar chocha. Mi semana no será pletórica si perdimos 3-1, aunque yo haya hecho el gol.
Esto es difícil de entender para las novias. Los perros no tienen este problema.
El partido se retrasó quince minutos porque el juez pinchó, nos contó en el entretiempo. Aproveché su demora para volver al baño y afeitar completamente mi barba de tres meses. Me recogí el pelo con una colita violeta y me coloqué una bincha para que sostenga los mechones que caían sobre mi frente. De paso, me puse una caravana que tapé con un esparadrapo y me hice un piercing en la nariz. Me cayeron lágrimas de dolor, pero no me importó. Evitaría uno peor.
Mis compañeros no notaron los cambios.
El golero de ellos jamás me reconoció. Ni cuando me estampó la cara contra el pasto en medio de la trifulca que se armó a los 30 del segundo tiempo por una provocación infantil de uno de los veteranos, que encima estaba afuera.
Me eligió al azar el golero. Una se llevó.

la felicidad es un arma caliente me la soba. sólo estoy durmiendo, carajo

Mi nombre es Juan Pedro Pérez. Tengo 21 años. Hace una semana descubrí que quiero ser escritor. Ahora mismo, estoy dándome cuenta que puedo lograrlo. Si quiero, puedo convertirme en el peor escritor jamás leído. Mis metas buscan un éxito inédito.
Niéguenme si no, que haya una idea más infantil, previsible, aberrante, carente de ingenio, originalidad e interés, que empezar un cuento con una enumeración de los datos personales más elementales del autor. Yo no podría negarlo.
Aunque ahora que pienso, sí. Extender esa idea a lo largo del relato, cual carta a desconocido o confesiones autorizadas, donde abunde la descripción de gustos, hobbies, fechas, disgustos, estudios, pelis y discos favoritos, amistades, es la peor idea.
Hoy es martes 15 y me encantan las milanesas. Se dejan tocar, no como las sicilianas, que te hacen comer lava del Etna si osás agarrarles con una mano la boca de abajo y con la otra abrazarlas. Me pasó con tres.
Soy hincha de Huachipato, de Carabobo, de Figueirense, de Deportivo Pasto, de Villa Teresa, de Jorge Wilstermann, de Douglas Hay de Pergamino, de 12 de octubre, de Olmedo y de Cnel. Bolognesi. Gracias a mi fanatismo pude recorrer todita Sudamérica. Sé fanático y viajarás.
Sigo a mis cuadros a todos lados, de chiquito. Desde la cuna te vengo a ver / abrigadito con pulóver canto entre la monada cuando el clima lo amerita; los nuevitos, los que van sólo cuando ganamos, me oyen y se rascan de envidia. Para las jornadas calurosas adapté el cántico: los nuevos que me chupen el orto / el calor que tengo no lo soporto.
Debo confesar que una vez me confesé (ahora son dos). Fue en una iglesia en Venezuela, a la vuelta de un partido del Carabobo. Sentí imperioso limpiar mi lengua de toda la blasfemia que le había obsequiado al lineman. Yo no era así y el lineman no merecía ni la mitad de mis puteadas. Seguro, esa cara de infeliz que tenía se debía al maltrato de su mujer. Fui a ver al padre Milio, gran hincha del Cara.
La limpiadora me paró en la entrada. Le pregunté por el padre y me contó que estaba de vacaciones en una isla del Pacífico, adoctrinando a tres monaguillos sobre el Agua Transparente, las Palmeras y la Santa Arena, que si yo quería podría escucharme su suplente, el padre Aústo.
Salí de la iglesia y había un vagabundo descansando en la escalera. Ahí mismo le confesé que el padre Milio no era padre, sino un reverendo hijo de re mil putas que cuando uno más lo precisa, o está de vacaciones o está sentado en el palco, viendo al Carabobo.
Espero que dejen comentarios dignos de un cuento como este. Sean ingeniosos con la puteadas y no descuiden la parte gangsteril. Tengo hermanas, abuelos, un blog y seres queridos. Pueden utilizarlos de rehenes.
El primero que me dé para adelante se va a arrepentir. Al segundo lo voy a buscar a la casa.
Una vez escuché a un escritor “decir” que un escritor genuino debe haber saboreado al menos una vez la satisfacción por querer narrar sobre sexo y violencia. Nada “dijo” sobre hacer efectiva esa voluntad. Sólo “hablaba” de la satisfacción.
Él no se consideraba un genuino escritor. Cuando tenía ocho años le amputaron la lengua; había que hacerlo. No llegó a saborear esa satisfacción.
En este momento, lo que ansío más en el mundo es escribir un cuento de ficción, que sea onírico, estruendoso y repulsivo. Y bueno. Antes de este momento, lo que más ansiaba en este fabuloso mundo era a una anciana hacerle un favor.
Cuando lo intento siempre me salen lights, con descripciones repugnantes cuando debieran ser nauseabundas y eméticas. Los personajes, tibietones que no llegan al calor de una quemada de paladar por ser indefinidos; umbrales sin zaguanes; sueños dignos de mentes trastornadas mas no quimeras; lugares lúgubres en vez de lóbregos. Nunca logro que el lector sienta un deseo irrefrenable por cerrar el libro (en este caso apagar la pc), que no quiera leer más debido al terror en que lo sumí.
Quiero saber el truco de las comas y los puntos, exactos y exactas, ubicados inequívocamente para surtir efecto y ubicadas justo ahí para crear la pausa tenebrosa. Y cómo deseo esas palabras, tienen algo. Nunca las encuentro. Siempre aparece una mejor luego, cuando ya no tiene objeto volver atrás. Cuando no es de genuino volver atrás.
Otra vez escuché a otro escritor decir que ya no tenía objeto que describir. Todos habían pasado por su prosa alguna vez. El libro, el alfajor, la campana, la cadena, el resorte, el fósforo, el alfiler, la tiza, el tapón, la impresora, la espada, el trifásico, el espiral, el cordón, la alpargata, el destornillador, la hebilla, la peluca, el cenicero, el pedal, el espejo, el colador, el enterito, el monolito, la maquinita, la maquinita de afeitar, la tijera de rasurar, la tijera, la sopapa, el mamotreto, la perilla, el chupete, el pestillo, la estufa, la cortina, el estuche, el hacha, la jarra, el control remoto y la cabeza decapitada. Es decir, todos los objetos.
Este hombre concebía al objeto como aquello que no tuviese vida. No se apartaba de la definición convencional. Así supo describir al nonato, a la flor marchita, a la abeja después de picar, al imitador, a la mariposa después de un día, a la flaccidez, a la hoja caduca, al tequila soso, al cuadro con naturaleza muerta, al portero de la morgue, al fuego mezquino, al alma en pena y al difunto.

es importante

En breve voy a ser famoso. Mi vida va a cambiar. Voy a dar el golpe del siglo. Tengo todo calculado. La gente va a reconocerme en la calle. Si algo llega a salir mal, la gente que ya me conoce no va a reconocerme. Me atraparán. Me darán una paliza. Siempre lo hacen. Y mi vida va a cambiar. Voy a ser famoso. Por haber querido dar el golpe del siglo. Cuando salga, la gente va a reconocerme en la calle. Nadie me dará un trabajo. Me darán vuelta la cara. Pero voy a ser famoso. Ser famoso es importante.
Sí. Prefiero las oraciones cortas. Lectura rápida. Concisa. El palabrerío al pedo no dice nada. El maquillaje quita impacto. No hay como la prosa lacónica. Avara pero justa. Sólo leo autores de frases cortas. Yo no soy de esos. Lo mío va por otro camino. Te lo traigo por acá, después por allá y cuando te creé la duda con palabras de relleno mi trabajo ya está hecho. Yo no me leería a mí.

el debút

Domingo de mañana. Éramos 12. Ni un hincha. El técnico no llegaba. Nunca llegó.
El capitán hizo el cuadro. Quedé afuera.
Tuve que hacer las veces de DT. No hice cambios.

oxímoron

Recordaré cada día. Todos los días lo haré.
Morderé mi labio inferior para no discarte. Morderé el superior luego, cuando el inferior haya empezado a sangrar.
Te soñaré, recurrentemente cuando pueda dormir. Cuando no lo logre recordaré.
Despertaré en la noche, por el frío que traerá tu ausencia. Mis tibias ya no chocarán con las tuyas. Mi lecho ya no será el nuestro. No serán atalayas las cortinas. En mi aposento nadie espía si estoy solo.
Aspiraré la sábana hasta el vahído buscando tu olor y recordaré tu olor al pasar, tu olor al pasar corriendo.
Caminaré sin rumbo. Me detendré. Entrecerraré mis ojos y miraré hacia la lontananza para recordar. Y caminaré luego.
Recordaré cada día. Prescindiré de fotos, de cartas, de cuadros. Sólo recordaré con los ojos cerrados, con la mente que no ve. Recordaré con los ojos abiertos también.
Respiraré torpemente cuando la aflicción me gane. Acomodaré mi semblante, desataré el nudo en mi garganta con un cimbronazo para seguir. Gritaré. Fuerte.
Mentiré cuando diga que estoy bien. Estaré bien cuando recuerde.
Recordaré cada día. Viviré así. Sobreviviré. No evadiré ninguna realidad porque mi realidad será el recuerdo. Desayunaré tostadas con mermelada de recuerdo; almorzaré guiso de recuerdo; no merendaré y cenaré pollo al recuerdo con papas al horno. Mascaré chicle cuando no quiera comer, sabor recuerdo. Trabajaré en el canal 5.
No compartiré mi dolor. Fingiré una estabilidad emocional. Lloraré en una plaza, acostado en el pasto hasta que se humedezca toda mi cara.
Te imitaré. Tus gestos, tu voz, tu andar, tu silencio, tus peinados, tus poses al dormir, tu temperamento emularé, y así recordaré.
Recordaré cada día. Escracharé mi mente para recordar cada detalle, hasta lo residual recordaré. Y fumaré para ya no recordar. Cuando quiera recordar nuevamente, tal vez fumare también.
Brotará mi olvido sólo cuando se me extirpe la memoria.

no tengo ropa

Dos joggings heredados. Uno de mi primo porque le quedaba chico y el otro de un tío mío, que como dice en su testamento lo heredé: "que conste en actos que una noche fría de otoño le alquilé un jogging a un sobrino mío y me lo palometeó: él lo heredará". Tres canguros: uno encontrado en la calle (en la calle) que mi vieja consideró bastante potable y me lo trajo; otro me lo pasó mi abuelo que se lo pasó su hermana que al parecer desestimaba el lugar de la cremallera; el tercero se lo pedí por un tiempito a un cuñado. Cuatro pantalones: un jean de marca que lo gatilló la abuela de un amigo, uno de vestir sport incorporado para un cumpleaños de quince cuando yo tenía quince, uno de pana pinzado del abolengo de vuelta (y porque el pantalón en sí estaba de vuelta) y un Soviet que algún exhibicionista de aquel séptimo piso lo olvidó.
Alpargatas con las hiperleguas del súper, zapatos de fútbol de mi viejo, canilleras del Enano, camisas escocesas de un turista escocés que me las regaló, dos buzos de lana tejidos por la amorosa de la mucama y uno por la difícil de la feria, que me lo obsequió pero no quiere tirarme los perros más veloces. Una campera de la liga y otra de liga, un gorro de lana que lo tengo de los cuatro y me durará hasta el 53 ya que mi chozno ganó el premio "Mejor invento que perezca no más de 67 años" y me lo mandó; era inventor y esquimal.
Muchas remeras de promociones, dos sacos hechos en una ciudad vieja, chancletas hechas en un club, bermudas del triángulo y pulóver en el pecho y espalda. Jamás me compré un par de medias y la ropa interior quedó en el interior (en la locura de la venida la olvidé).
Como quien dice no tengo ropa... mía.

me cuelgo con la tele

Ayer me subí en un banco y me caí.
Para no sufrir otra frustración, la próxima vez me paro en la televisión.

auto

-No pienso empezar por "de chiquito bla bla bla" aunque me lo pida insistentemente; en todo caso lo dejo para más adelante. Seguro en algún momento va a decirme que la desconcentró una mosca al posarse en su antebrazo o algo así, pero no importa.
De chico vengo escuchando "qué lindo nene: tiene los ojos de la madre, el pelo del hermano y el corte de cara del padre", veraz circunstancia. De no ser porque los ojos de mi vieja los tengo en el cajón de la mesita de luz, la cara cortada del viejo en formol y el cuero cabelludo de mi hermano en llegar, la cosa sería tragicómica.
Pero bueno, es el máximo de espontaneidad que puedo dar. Y esto lo sostengo, convencido y con mucho cuidado, para que no se caiga.
Caigá le decía al Caiguá, el bar que estaba frente a lo de Anita Markarian -aquella vieja misteriosa que vivía con gatos y que siempre cargaba con bolsos vacíos-, cuando me iniciaba en el habla. La muzzarella del Caiguá era alta como tasa de crecimiento china y el fainá de orillo jamás venía tal. La atención y el olor ambiente, exquisito y agradable no respectivamente.
Hubo un mozo de lo más simpático en aquella época. Provino de una colonia inglesa del África occidental; hablaba muy bien el castellano y sus variantes, pero tenía una dificultad que distorsionaba sus mensajes, que nunca pudo subsanar: confundía el orden de las palabras.
Yo era muy inquieto; molestaba a otros comensales, me revolcaba en el piso y rompía vasos del Caiguá. Medhro, el mozo africano, posaba su mirada sobre mí y yo quedaba quietesito. Estaba ducho en el trato con chiquitos inquietos. Recuerdo bien cuando lo despidieron.
El rubro, al igual que cualquier sector pos-recesión interna, estaba deprimido. La situación y una de sus secuencias era esta: caja chica transparente, dueño alérgico y caldera de lata, ve la caja, ambiente húmedo. Dos ronchas aparecen en su cuello. Mehdro se encarga de la tercera y cuarta cuando confunde "tres panchos, dos con muzzarella" con "tres panchos con dos muzzarellas". Al dueño del Caiguá le quedaban cuatro ronchas de vida. Así lo despidió: "go with your dolls Mehdro, go".
Me drogo fundamentalmente a base de pasta. Mantiene mi autoestima en el nivel justo y me da rédito bajo forma de ahorro porque es lo más barato que hay en la vuelta. Le doy mucho a las moñitas, a los discos de pasta, pero más que nada a la pasta de diente. La última vez que me di vuelta fue con tirabuzones.
Tira-Buzones Boreal ya había igualado la posición de Tira-Buzones Austral con el último buzón derribado, penúltimo de treinta y siete, correspondiente a la última fecha (o zona Nuevo París – Larrañaga) del Campeonato Último Tirabuzón. El buzón de la vereda oeste a la altura de Cándido Juanicó, tomando la rambla como el inicio del bulevar, esperaba a Boreal, con una invitación a los quince minutos.
Se relamían los hacedores de poesía deportiva imaginando rimas con "hegemonía", "fama", "culo". Los vecinos de Propios llegaban en romería, agolpándose en busca del mejor lugar para apreciar aquel potencial hecho histórico. Les importaba un carajo la competencia, los Tira-Buzones como personas y hasta un fugaz reconocimiento popular por haber salido con cara de nabos detrás de Boreal en las tapas de diarios y revistas. Sólo afanaban lo inédito. Con eso, harta baboseada le pegarían a los vecinos de Ajenos.
El buzón en cuestión resultó durísimo; encima estaba lleno de cartas. Boreal intentó por todos los medios derribarlo: probó con un medio tanque, con un tren, con su medio hermano, con los codos y la frente. No pudo. Ni aplicando el doble de fuerza con una botella de medio y medio.
El tipo presenciaba cómo su azaroso destino se hacía añicos y con qué rapidez las hormigas se devoraban su dedo, luego de la ablación. La gente no abdicaba en su aliento; improvisaba cánticos demagogos y algunos trataban de hacerle el trabajo más fácil a Boreal, taladrando en la esquina o implorando ayuda. Esto le dio fuerzas; físicamente, estaba echo pedazos.
Manoteó un megáfono y anunció lo que haría. Mucha gente lo escuchó. Algunos comenzaron a llorar, rabiosamente. Era un recurso muy riesgoso, de veras. Verás que es así.
Su vida ya no sería la misma tal vez; quizás su vida, ya no sería igual. Nada lo es luego del éxito tirabuzonero. Allá fue que fue.
Desproveyó de resguardo el utensilio, que era femenino. Tomó contacto con el exterior: la peló. Le habló, la mimó, la trató de compañera de ruta, la frotó para que entrase en calor, le prometió que la cuidaría si algo salía mal y... ¡zasss!
-Perdóneme. Voy a pedirle que retome desde el principio.
-¿Por qué?
-Una mosca se posó en mi antebrazo y me desconcentré. Igual, retome donde dejó que yo me arreglo.
-Me parece mejor y más barato. Estaba con lo de los Tira-Buzones. Fractura expuesta a toda la gente de tibia, pero no de peroné.
"Pero nene, no se quede mirando y coadyuve. ¿No ve que se hizo carozo la tibia pero no el peroné?", me acuerdo le ordenó un viejo a un botija.
El otro tirabuzones no se portó bien conmigo. Cuando precisó guita para llevar a los pibes a comer algodón con azúcar yo le compré todo el saldo de 75, 87 y 89. Cuando no tenía un mango partido por la mitad y los guachos deliraban por manzana acaramelada yo me llevé los apolillados y los apelotonados. Y esta la descose!
Cuando no tenía un mango partido por la otra mitad y precisaba la moto para recibirse de tirabuzón, adivine quién fue su garantía. Ahora el botón dice que se le complicó lo de mi hermano, desagradecido de mierda.
¿Usted conoce alguien?

becas

"¿No saben? Cómo se contagió Fernando Peña... El tipo sabía que estaba enfermo y se lo contó, y a él (Peña) no le importó, porque lo amaba. Y se contagió."
Más o menos así contó Mariano López (Segunda Pelota, Océano FM) sobre la entrevista que le realizó Facundo Ponce de León (integrante del grupo musical Kuropa & Compañía) al actor uruguayo. A continuación, López dijo estas palabras, textuales: es un demente (sic). Y luego: una inconciencia insólita (sic).
Pocas veces vi -tal vez nunca- un acto deliberado con semejante carga de conciencia como el que perpetró Peña. Todos los sentidos disponibles al servicio de un análisis profundo de la situación, del que resultaría una decisión crucial. No sé dónde radica la falta de conciencia, mucho menos la demencia. Peña tiene sus facultades mentales en estado "óptimo". Si no fuera así, no hubiese sido posible tal grado de discernimiento.
López terminó anunciando que el próximo bloque del programa sería desopilante, a causa del contacto con Beto César (argentino, de pera como culo, miembro del jurado de torneos humorísticos de famosos del programa de Susana).
Insólito es cómo hay becas, desopilantes en el éter.