gosta

Hasta que te conocí no te conocía. Y a pesar que te conocí, siento que no te conocí. Mis ojos no conocen, ven.
Llegaste y claro, no sabía quién eras. Me estiraste la mano. Yo la mejilla.
A veces pasa que soy más besuquero que otros hombres.

Cuando te fuiste seguí sin saber quién eras, aunque ya te había conocido.
Sabía tu nombre, supe allí tu apellido. Ni así te supe.

Escuché tus palabras, escuché con atención cada vez que interveniste.
Recién ahí te conocí.

Sos la persona más repugnante que jamás conocí. Lo supe ni bien terminaste de intervenir por última vez.
Luego rememoré y lo confirmé: entraste caminando, recién bañado y saludaste a todos, uno por uno con un besito a cada uno. Menos a mí.
Todo concordaba. Nunca había visto la asquerosidad que vi en tu actuar.

Agasajaste a la madre del cumpleañero.
Le diste un regalo a la abuela y le revolviste el pelo, como si fuese una pendeja de trece, como si el cumpleaños fuese de ella y como si la vieja tuviese cabello alguno. Lo tenía.
Desplegaste el regalo de nuestro amigo en la cama grande.

Si me vuelve a pasar algo tan espantoso como vos me pasaste por delante, juro que voy a poner algo en juego. Puede que sea la estatuilla de Jesús que gané como revelación actoral a mis primeros 29 añitos, por interpretar a Jesucristo.
Tres kilates cada muñeca; cinco cada ojo.
Apostaré que si algo tan siniestro como lo que viví cuando te conocí vuelve a entrometerse en mi destino, me fundo.

Vi cuando me miraste, las tres veces. Vos querías conocerme antes de conocerme. Deseabas que alguien delatara cómo se conforma mi familia, especialmente si tengo abuela y madre. Querías que te invitase a mi cumple.

El cumple venía aburridísimo. Llegaste vos, dejaste tres cosas sobre la mesa, y a partir de ahí lo disfruté como nunca. Mis ojos no conocen. Mis oídos sí.

Toda esa inmundicia caminando, hablando, estando. Gosta.

No hay comentarios.: