Según los expertos no califico en literatura juvenil. Tampoco en novela. Mucho menos en cuento. Ni qué hablar de nouvelle.
Literatura para niños es lo único que queda. Hacia ella, entonces.

Este relato está dedicado a cientos de niñas, a quién sabe cuántas, que con sus bríos inocentes inspiran obras tiernas como la siguiente…


cuando se tira de la hamaca

o se ata los cordones, cuando llega a la llave de la luz y cruza la calle sola se dice que está pronta. Cualquier pibe como yo lo sabe.
Todo empezó al principio de la relación, que ya culminó. Los motivos o causas del cese será una incógnita para el lector, a menos que la narración de los hechos se precipite, desnudando así el inconcebible desenlace en la mitad del relato, pasando el resto a ser contado no cronológicamente.

La supe -oníricamente- en primavera, con el primer calorcito. Un contundente orín se filtró por mi pantalón cuando fulminado en una silla -cumpleaños de quince- yacía una niña en mi regazo, seguramente depositada por alguna vieja altruista para que durmiese más cómodamente (ella). Borrachín, recuerdo, con dos whiskicitos, pensé, sobriamente, que me había meado (que yo me había meado). La frágil cabellera de la infanta se metía en mi boca y me trajo; esta vez pude contenerme. Apareció un actor de novela brasileña en un paisaje campestre, una licuadora en marcha y todo empezó a mezclarse. En algún momento vi lo negro y ella no estaba más. La había soñado, ya había abierto los ojos y estaba atragantándome con los pelos que quedan en mi almohada.

La conocí -tangiblemente- la misma noche que nos manoseamos. Era un sábado quince, cumpleaños de una amiguita en común, prima por antigüedad y aspirante en ese momento al ingreso en el combo Las Primas. Ella había asistido con su hermana melliza, que no la tocaba ni con treinta y seis de mano y con el dos. Curiosamente, su análoga llevaba puesta una belleza difícil de identificar, tal vez percibida una vez hecha la inevitable e inconciente comparación con su hermana, seguramente injusta.
La abordé seguro de mí, sin reparar en el rostro embobecido que portaba. A punto estuve de impactar contra su humanidad cuando trastabillé con el charco de baba que ya se había formado bajo mis pies. Vuelto en mí, acerqué mi voluptuosa nariz a su cuello y comencé a girarla en derredor, alternando sostenida inhalación y escuetos pero profundos esnifes, lo más próximo a la dermis pero jamás tocándola. La carne fresca despedía libertinaje por los poros, se olía, y la lúbrica actitud denunciaba primeras veces ya experimentadas. Su incapacidad para disimular el cosquilleo en la panza y el pecho expectorante daba claras de que sería su primera vez, nuevamente.
De alguna forma debía mitigar el ignito panorama o se me complicaría. Fue una suerte que en ese momento sonara la música que rompe mis pies, por lo que me fue sencillo improvisar unos pasos que no demandaran contacto físico. Esto me permitió desacelerar la taquicardia y de paso, calmar un poco la calentura que poseía a la borrega.
Con Shine your light on me de fondo, fuimos al fondo del salón para entre sillas que no guardaban un criterio de agrupamiento, charlar un rato y aflojar las pantorrillas, luego de tanto cachengue. No recuerdo un solo tema tocado y ni un solo tema tocado por la banda de covers contratada para la ocasión. Sí que terminó la canción y con ella la fiesta, abruptamente.

Ahí acabó todo. Nunca más la vi.
Sé que para ella no fue fácil. No lo es iniciarse con vetustos, menos con uno como yo. Hoy a mí se me hace dificilísimo. Hace un par de semanas sueño con impúberes recién bañadas hamacándose en plazas, que ante el llamado de sus madres bajo una lluvia dorada se lanzan con inconciencia a cruzar la calle desestimando cordones desatados, y que en el medio del asfalto tropiezan cuando dos ómnibus de frente hacen cambio de luces, saludo inmemorial.

Yo estaría con mujeres de mi edad, encantado, pero no hay. Ni soñar con ellas puedo.
Voy para los 84 y estoy hecho un pibe, de vasta experiencia y fácil pichí.
Hace un par de semanas sueño con dos impúberes en una cama de dos plazas; yo voy al medio.

Ellas sueñan cosas propias de su edad y patalean. Yo no tomo pastillas.
Prontos en el lecho, una ya está pronta y la otra pronta, para apagar la luz y hacer no, no.

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