oxímoron

Recordaré cada día. Todos los días lo haré.
Morderé mi labio inferior para no discarte. Morderé el superior luego, cuando el inferior haya empezado a sangrar.
Te soñaré, recurrentemente cuando pueda dormir. Cuando no lo logre recordaré.
Despertaré en la noche, por el frío que traerá tu ausencia. Mis tibias ya no chocarán con las tuyas. Mi lecho ya no será el nuestro. No serán atalayas las cortinas. En mi aposento nadie espía si estoy solo.
Aspiraré la sábana hasta el vahído buscando tu olor y recordaré tu olor al pasar, tu olor al pasar corriendo.
Caminaré sin rumbo. Me detendré. Entrecerraré mis ojos y miraré hacia la lontananza para recordar. Y caminaré luego.
Recordaré cada día. Prescindiré de fotos, de cartas, de cuadros. Sólo recordaré con los ojos cerrados, con la mente que no ve. Recordaré con los ojos abiertos también.
Respiraré torpemente cuando la aflicción me gane. Acomodaré mi semblante, desataré el nudo en mi garganta con un cimbronazo para seguir. Gritaré. Fuerte.
Mentiré cuando diga que estoy bien. Estaré bien cuando recuerde.
Recordaré cada día. Viviré así. Sobreviviré. No evadiré ninguna realidad porque mi realidad será el recuerdo. Desayunaré tostadas con mermelada de recuerdo; almorzaré guiso de recuerdo; no merendaré y cenaré pollo al recuerdo con papas al horno. Mascaré chicle cuando no quiera comer, sabor recuerdo. Trabajaré en el canal 5.
No compartiré mi dolor. Fingiré una estabilidad emocional. Lloraré en una plaza, acostado en el pasto hasta que se humedezca toda mi cara.
Te imitaré. Tus gestos, tu voz, tu andar, tu silencio, tus peinados, tus poses al dormir, tu temperamento emularé, y así recordaré.
Recordaré cada día. Escracharé mi mente para recordar cada detalle, hasta lo residual recordaré. Y fumaré para ya no recordar. Cuando quiera recordar nuevamente, tal vez fumare también.
Brotará mi olvido sólo cuando se me extirpe la memoria.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hoy quiero cursar mis más elogiosas felicitaciones al Sr. Bacalao. Un acto de tamaña valentía, osadía, coraje y arrojo no es un hecho menor en la monotonía y mediocridad de la rutina diaria.
Y es que esto demuestra que no por ser puto uno deja de ser hombre; es que el hecho en cuestión es de un macho, pero macho macho, macho con tres huevos y una poronga grande como mi brazo. No es para cualquiera romper las cadenas culturales que nos atan y arrojarse al negro abismo de lo desconocido, acompañado solamente con el ardiente e instintivo deseo sexual.
Sea conciente Sr. Bacalao que su osadía no será en vano; muchos lectores atrapados en las redes de la hipocresía social seguirán su ejemplo, gritaran al vacío que ser homosexual no es una enfermedad, no es un mal, es una condición natural, desviada del parámetro usual en lo que refiere a las leyes probabilísticas, pero natural al fin.
Y sea conciente además que esto será lo mejor para su antinatural, al menos en lo que respecta a lo que dictan las preferencias irracionales de su ser, amor. Tal vez sea atrevido de mi parte citar a autores de épocas mejores ante una situación tan recurrente en el trajín diario, pero solo se puede decir “Let it be”.

Ya llegará, mas allá de que probablemente a esa altura tenga usted los labios deformados, un nuevo amor, tal vez inclusive uno que cumpla sus reales necesidades de género. Y si no, no importa, siempre quedan los consuelos de Onán, gran precursor del culto al egocentrismo, al cual, como ya he dicho anteriormente, usted se acopla a la perfección.

Pocas personas me han afectado tanto como mi tercera esposa, Inga Lionrtfeld. Carpintera de oficio, oficio que adoptó a la muerte de su progenitor para poder mantener a su madre y a sus dos hermanas sordomudas, las cuales no tenían tiempo(ni ganas) para trabajar ya que se dedicaban íntegramente a logar la absolución final en la Iglesia de Santa Inés (no ahondaré en detalles sobre su relación con el Padre Bartolomé); Inga tenía las manos curtidas de fabricar ataúdes, lo cual, mas allá de lo que puedan imaginar seres sencillos y atrofiados por la propaganda superficialista del neoliberalismo, le confería cierta voluptuosidad sensual. Ella era carpintera de profesión, pero era maestra de corazón. Y fue así como Inga me llevó a nuevas dimensiones, mas alla de los placeres de la carne me enseño lo que era sentir con el alma, sentir con cada fibra de mis cabellos el amor. Lamentablemente ella decidió que yo no era digno de sus hermosos dactilares. Argumentó que mi pasión por la lucha social la alejaba, sin embargo siempre sospeche que ella estuviera secretamente enamorada de Tiburcio Lomos, el almacenero de la esquina, una apasionado bandoneonísta, y el poseedor de el par de manos mas grande que yo halla visto.

Si bien la situación es a la inversa, ya que yo fui abandonado y el Sr. Bacalao decidió alejarse de su amor, el consejo es igual de válido. No desespere, luche por lo que quiere, no se fije en lo que griten sus congéneres; le gritarán –detente-, -alto-, -estás loco-, -puto, chupapija, loca-, pero igual debe seguir adelante, y mientras el amor no aparezca debe dedicarse de lleno a marcar cada segundo como el último. Estas palabras podrán sonar sentimentalistas y baratas, es mas, son sentimentalistas y baratas, pero no por eso dejan de ser ciertas, y no por ello dejan de ser un gran consejo en momentos complicados.

Blondiepower dijo...

...sólo cuando se me extirpe la memoria. Buena frase!

Anónimo dijo...

Sin poder parar de llorar, debo opinar que, cual vectores, la suma de todas las prácticas por vos tan bien enumeradas, producen incontenibles cantidades de hiel. Hiel rotulada con tu nombre y el de tu victimario, para que de toda la sensacion de que el olvido es una pretension tan ilusa como inviable.
Difícilmente pueda creer que alguien haya sentido algo diferente en una situacion semejante.
Qué parte de nuestra maquinaria será tan defectuosa como para que insistamos en preferir el salto a la tierra firme?