lo que se hereda no se roba

Cuando mamá me abandonó, papá debe haber estado cagando en alguna pocilga o bien, haciendo la cola afuera. Desperté con sol abrasador y con mis primeros tres cargando, sobre un piso alayotado, cobijado por un acolchado con motivos algebraicos. Sentí pasos alejándose, como nunca antes. Percibí salpicaduras de despojo y la congoja me embargó. En la inmensidad tuve que armarme de valor para afrontar lo que se venía.
El abuelo. Apareció con los dedos bañados en tinta dispuesto a cuidarme el tiempito que mami en el kiosquito, todo un abandono para mí. Traía una expresión ambigua; el ofuscamiento y el orgullo lo poseían a la vez. Me tapó bien.
Hay que contar que la abuela un día partió, evento confuso para el abuelo. El bife que le pegó lo inmediato, la alegría ocasional que sentía en ese momento, quedarse sin con quién hablar; todo eso lo descolocó. Más, el bife. Mamá no volvía.
Luego del insuceso, mi abuelo estuvo un tiempo triste y el otro perplejo; en el entretiempo una conducta obsesiva fue a visitarlo. Hombre desestructurado, acuñador de nuevas formas de pensar y siempre contemplador de la otra visión, lejos de todo estándar, cualquiera que lo conociera bien sería escéptico respecto al panorama que se presentaba. La correlación entre la entidad de la anomalía y la causa que la había propiciado era tan evidente, tan predecible que no podía concebirse en un tipo como este. Pero las obsesiones no entienden de correspondencia, no distinguen destinatarios. La fijación se le hospedó. Mamá demoraba.
Así comenzó mi abuelo. Buscando soluciones, respuestas, juegos, compulsivamente. Visitaba a sus vecinos y los interrogaba con disimulo para saber de sus problemas; anticipaba contratiempos para evitar la sorpresa desagradable; su tono rara vez no sonaba inquisidor. Esta conducta, que prolífera en sus comienzos fue mermando hasta que ya no hubo escenario que desmenuzar. Incluso, situaciones cotidianas y hechos incuestionables -es decir, que no demandan solución alguna-, como el andar de un gato o una pelea entre hermanos, también habían sufrido la lupa indómita del abuelo. Quedó un vacío ahí, dirían los medianos tirando pabajo; hay que llenar eso con algo, dirían los rellenadores de sostenes. Ambas cosas eran ciertas.
Por alguna razón que desconozco, afloró el costado más elemental de mi abuelo: se suscribió a un pasquín; de esos que traen separatas semanales con títulos ocurrentes y desconcertantes como Soluciones o Juegos. Pasó lo inexorable, era de tarde.
Mi abuelo no tardó en reconocer la escasa dificultad que presentaban esos ejercicios y se dedicó a descifrar los textos del periódico, de aberrante sintaxis. Allá por mi cuarto mes, pegó un estado de abstracción del que no descansaba nunca, y del que hasta hoy quedan vestigios. Ensimismado, hablaba con nadie, pasaba noches sin dormir, días sin dormir, tardes sin dormir la siesta elaborando textos alternativos que luego enviaba al diario, personalmente. Sin embargo yo, no pude zafar de ese retraimiento; es algo que hasta hoy me quema la cabeza, mañana no creo.
Mientras tomaba confianza y tomaba, me fui convirtiendo en el vertedero de su parecer. Me entró a enseñar, a alertar, a fabular y a repetir y a repetir -en ese orden- que no pararía hasta dar con aquellas layotas de ensueño que revestirían el piso de mi cuarto, esta inmensidad. Cómo se tardaba má. Y eso que el kiosquito queda enfrente. Pero estoy con Abue, que acaba de mancharme el acolchado con motivos algebraicos, como la acción de este relato, que acaba de cambiar de tiempo.
Un texto rebelde lo jaquea, no aguantó y partió la lapicera. Casi todos sus dedos están entintados. Su rostro tenso, esos ojos rígidos, no está disfrutando. Pero se vislumbra una mueca en su comisura, como si estuviera disfrutando. Se pone a mecerme a ver si eso lo calma. De repente, se incorpora de su silla barco pirata. Sale disparado hacia el estár.
Mi madre vuelve. Trae hojas sueltas y un pack de lapiceras. Pasa por su cuarto a juntar unas cosas. Viene al mío mientras su padre consulta el diccionario, me escribe esta carta y se va, catorce minutos después, sin saludar al abuelo.
Hijo. Si estás leyendo esta carta es porque ya sabés leer. Te felicito. Apostaría que te pareció un juego de niños. Si en cambio es mi padre quien lo hace, que no alce la voz ni muestre fruncimiento su ceño. No saludé porque perdía el ómnibus. Igual, nunca lo hacía, así que no creo de rencor en cuanto a esto. Lo entendería si montase en cólera por ver la solución del pasatiempo plasmada en el papiro, que si hay algo que no le brinda es la satisfacción de contemplar el resto de su tiempo sin ninguna preocupación (de paso, era una chotada).
Chiquito... nueve meses cruzando ideas, hablándote -porque escuchabas- y a veces hablándote para mí cuando hacías de frontón emocional. Ahora que puedo mirarte a los ojos y decirte en la carita que nunca más vas a verme el pellejo, te escribo estas líneas. Ya no tengo valor.
Claro, si vos me lo sacaste. Como así la poca sensualidad que alguna vez tuve, mis amigas, el vínculo que empezaba a entablar con las amigas de mis amigas. ¿Cuánto dejé en el camino? A papá dejé, a mi papá.
Quedaba subyugado cuando te daba charla y vos, dentro mío, le contestabas con esos silencios lúgubres. Me lo fuiste ganando como gana el reducidor con apego al trabajo. Si se entienden de memoria, como Guillermo y Palermo.
Dejé todo por vos, todo lo di. ¿Y vos? Patadas solamente. No soporté la presión y tuve que gastar unos ahorros en la reconstrucción de este abdomen cascoteado. ¿Qué más tengo que dejar? No puedo más.
Hasta que pude; ahora te dejo a vos. Pero antes voy a ponerte de cotelé -rápido que viene el yerno de tu padre- para evitar una posible asfixia por ingesta de provechito, o mejor dicho por aire de eructo ya que bien vacía está esa pancita. Después sí. Finiquito esto rápido y me tomo los vientos.
Supongo, ni querrás saber de mi paradero para cuando aprendas a correr salir desesperado a buscarme, conociendo verdades espantosas y absorbiendo las situaciones más traumáticas. Por eso te lo dejo bien claro.
El kiosquero me propuso huir, juntos. Despertó mi espíritu aventurero e irresponsable sin adelantarme mucho sobre el lugar. Es un excelente vendedor (de hecho crucé a comprar cigarros y me vendió hojas, unas lapiceras para que redacte esta carta y la intriga). Que esté fuerte como soga de alpinista no tiene nada que ver.
Igual que tu padre, que ahora mismo debe estar cagando una hamburguesa en el váter del barsucho que seguro hay a la vuelta del fraudulento carro donde consumió la minuta, o haciendo la cola afuera.
Me voy con el señor, a Bandonarte, donde el sol no te abraza, te apretuja. Después te mando fotos.
Suerte, loco. Comé bien, hacé caso y cuando crezcas, explicale a tu abuelo que adolece de una severa patología y que no es recomendable sentirse orgulloso de eso. Vas a ser igualito a él, como yo y tu abuela.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta claro que el destino juega con nosotros a todas horas; me llevo años comprenderlo, toda la vida, y aun me sorprendo del poder que este tiene para manejarnos a su gusto. Como fui a encontrarme con este grupo de gente alienada es toda una historia, sin embargo todo tiene una explicación, por mas inverosímil que esta parezca.

En mi descarrilada carrera sindical he compartido mucho tiempo con personas que no me importan y a las que he querido convencer de cosas que no entiendo. Aun así, muchas de ellas dejaron una profunda huella en mí ser. Este es el caso de Analía Cánepa, la cual como dije anteriormente, tampoco me importa, estudiante de psicología a la que conocí en el 65 en una manifestación por los derechos a la libertad de autodeterminación de Burkina Faso, la cual se veía en ese entonces seriamente amenazada tras su reciente independencia en el 59. Fue allí donde Analía me guío en un paseo por las maravillas de los mundos paralelos, donde viajamos por nuestro inconciente y descubrimos placeres que no podíamos soñar (curiosamente fue en ese año también que Leary fue invitado a retirarse de Harvard por iniciar pseudointelectuales burgueses en la piscodelia).

Aunque no me arrepiento de esos maravillosos viajes hechos con Analía, el exceso de LSD que absorbió mi organismo en el correr de esas semanas afecto mi cerebro en forma permanente, por lo que no es inusual que tenga momentáneos retrocesos a otros instantes de mi vida, con el inconveniente de perder momentáneamente el contacto con la realidad circundante, así como los tristes malentendidos que a veces se generan debido a mi particular comportamiento en dichas ocasiones.

La Asociación de Carniceros, Charcuteros, Achuristas y Choriceros organizó hace un par de meses un mitin extraordinario a raíz de la lamentable situación en que se encontraban los establecimientos productores de carne de cabra de la localidad de Trinque Lauquen, debido a la reciente reticencia de sus pobladores a alimentarse de dichos animales, al menos en lo que se refiere a producción cárnica (para los legos se explica que siguen tomando leche y comiendo queso pero no comen chuletas). Debido a mi famosa voracidad, así como mi predilección por el consumo del lechón acompañado por achuras varias, en otro momento ahondaré en aquella famosa ocasión en que di cuenta de cuarta res solo con mis manos (sobreentiéndase masticando con la boca no con las manos ya que estas no poseen los implementos necesarios), así como debido a mi oratoria y apasionamiento fui invitado a participar de dicho evento.

A pesar de la pasión y concentración en la que me encontraba durante mi discurso de clausura, en el que principalmente alababa el adecuado adobo de la pierna de cabra que fue servida minutos antes en mi plato, mi inconciente otrora en demasía estimulado me trasladó hacia un idílico momento en mi niñez en el cual recorría Guviyú de Arapey con uno de mis abuelos maternos, vale aclarar que mi abuela materna era una mujer de la vida en dicho pueblo por lo que la paternidad en su caso nunca estuvo muy definida, y obsérvese a su vez que es aquí donde se encuentra el claro contacto con la línea principal comentada y la notoria maniobra del señor Destino, y en dicha mañana mi abuelo me iniciaba en el arte, arte del cual pude gracias a su perfeccionamiento mantenerme y alimentarme durante muchos años, de la recolección de medicamentos, sobre la cual en otro momento con gusto me explayaré.

No es importante, al menos en esta ocasión en particular, el destino de mi viaje interior. En cambio si lo son las consecuencias de internarme momentáneamente en mi ser, y especialmente la brusca salida de mi ensimismamiento, el cual me hallé en una peculiar habitación con decoración entre beata y pagana, con la reconocida imagen de San Jorge cabalgando majestuosamente en su corcel a punto de finiquitar la vida del malévolo dragón de Silca, frente a mí y, por si esto fuera poco, en ropa interior. Estaba vacía, salvo mi presencia evidentemente, esta habitación, y en un escritorio en un rincón un computador personal titilaba en la penumbra. Pudo mas la curiosidad que el gato y me aproximé al mismo, encontrando una curiosa historia sobre un pequeñazo que es abandonado, y sobre el importante papel que jugaría el abuelo materno en su vida, llegándome a lo profundo de mi ser al sentir una conexión estrechamente personal con el personaje del sucedido.

Heme aquí, solo busco transmitir lo que a sido mi ribeteada vida, donde es claro que hubo muchos mas fracasos que aciertos, pero de los cuales he podido aprender lo suficiente como para transmitir a futuras generaciones de luchadores por los derechos del hombre sabiduría inmensa que alivianará su pesada carga.

Filiberto García Andrade dijo...

Nada mas alejado de mis intenciones que permanecer en la ignomia del anonimato.
Sin embargo mis años han, a pesar del asesoramiento hasta el hastío en el uso de este medio, entrado en conflicto con mis intenciones.

Nunca he dejado de poner mi nombre ni mi cara a la lucha, y mucho menos lo haré ahora que estoy en las últimas vueltas de esta hermosda y penosa compañera que se hace llamar vida.

Saluda atentamente
Filiberto García Andrade.

Anónimo dijo...

Trenque (no Trinque) Lauquen será lo que será (lo que deba ser, Cachiiiito) pero se me sale el antepasado acadio cuando le meten el dedo en el culo. No soporto que un sindicalista bolche, autoritario y degenerado (sí, no nos olvidamos de su historia con los nenes del Jardín de Infantes n° 21, señor García Andrade) tenga el tupé de difundir falsas acusaciones contra los vegetarianos de Trenque (no Trinque) Lauquen. Si "la lamentable situación en que se encontraban los establecimientos productores de carne de cabra" le preocupa, échele la culpa a la gente de su administración. Que son todos una manga de ladrones del primero hasta el penúltimo (el último es gran amigo mío) y unos oligarcas putos. Usted no tiene ganado el derecho moral a inmiscuir en esta página sus falsas declaraciones; sé que me persigue, a mí y a mis compañeros no-carnívoros, desde hace años. Usted es un advenedizo (Guaviyense del quinto carajo) y un genuflexo de sus superiores. Porque sabemos bien que no trabaja solo, Sr. Filiberto, usted no sería nadie sin sus jerarcas; como bien diría Lisa: “eres el Ringo de los Beatles”.
No aplacaremos nuestra lucha. Insérteselo en las meninges.
E insértese esta también.