el varón de monte es quien

Como todos los días temprano en la mañana, salgo afeitado hacia la parada de ómnibus más próximo a mi casa y llegando a la esquina veo flor de chango, pintosaldania y me desnuco, como todos los días cuando el sol me da de lleno en la cara, me resueno el cuello para quedar bien desperezado.
Subo al colectivo. Frota sus pieles un colectivo de gente (las viejas con tapado). Más al fondo los del fondo están casi en el medio y otro no se corre bien al fondo. A la altura del guarda quedamos aglutinados, la moneda golpea el caño frío y la gelata de bondi lleno hasta las bolas ya te penetró. En gran esfuerzo abro la ventana para que corra el aire viciado de todos los días como el de hoy.
Anahí está detrás de mí. Lo sé porque sé de ese perfume, espeso que me provoca un nauseabundo placer cuando lo inhalo. Nunca la tuve tan cerca. Jamás había estado tan cerca de lo bien terracún. Doy media vuelta y me consagro. No pienso más.
Hay cosas más importantes: la vieja destapada que tengo delante empezó a organizar sus bártulos, así que unas cuatro paradas, como todos los días tengo asiento seguro. Anita vuelve después del siguiente párrafo.
El ómnibus pasa por la misma iglesia, hace el mismo recorrido, leo el mismo graffiti. La oligofrénica que se sienta de frente a la ventana y a la siniestra de 150, cada vez que se acuerda se persigna. Y cada vez que 150 no agita sus muletas mostrando inconformismo con las palabras del guarda, que dice que su carné está vencido. Esto interfiere en la visión de la impuntual mental y se olvida. Nietzsche entregá el súper hombre y como todos los días me deslumbro viendo Nietzsche bien escrito y súper con tilde.
La vieja se baja. Como todos los días cuando me toca asiento pasillo me pongo a mirar por el pasillo. Con la vista periférica hago foco y distingo una pulposa san jacinto, producto del descuido y del jean a la altura del ombligo.
Es Anahí. Hubiese distinguido ese corte labial a metros. Cuando se dio cuenta que yo me había sentado, giró como todos los días evidenciando una clara intención de apoyarme ese monte de venus pecaminoso.
Falta una parada. Me incorporo para bajarme. Tengo enfrente a Anahí, de frente, frente con frente frente a frente. Bajo la mirada y emprendo la cobarde retirada, desprovisto ya de frases subliminales. Cuando parecía que asomaba otra humillante derrota (otra y otra), tiro un viaje que emula al mejor de los de Blas Armando.
-¿Sigue allá el monte de Anahí?- Toco el timbre para descender. Anahí me contesta, con tono elevado y falsa rima. La patada llegó a destino.
-Sigue ahí sí, en Sinaí.
-1035.
-No,1032. Me mudé para enfrente.
En la vereda estoy con dicha. Miro hacia el ómnibus por arriba del hombro buscando la mirada de bicha de Anahí. Encuéntrome con su muñeca, ataviada con una pulsera y un reloj-pulsera, dispuesta a arrojar un papel por la ventana. Nunca la tuve tan cerca.
Abandono el cuello torcido y giro. De culo, la misiva no cae en un charco y puedo leerla, sin problemas, como todos los días, con lentes.
NO VENGAS SOS UN FLACUCHO YO ME VISTE. Entrando al laburo no entiendo la excusa.
Justamente yo que como todos los días.

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